
Nadie vota para retroceder. Empecemos por ahí. Nadie despierta con ganas de repetir lo peor de su pasado.
El triunfo reciente del conservadurismo chileno —más que explicarse como una derrota ideológica en abstracto— se presenta como la suma de frustraciones concretas. Expectativas incumplidas que abrieron paso a un Gobierno de emergencia que promete mano dura contra los migrantes, contra la delincuencia y contra una economía percibida como disfuncional.
Kast —en su tercer intento por llegar a La Moneda— arribó menos por novedad y más por terca insistencia. Fue el cauce de una decepción acumulada y la confirmación de una regla tácita de la región: en América Latina, el péndulo suele inclinarse en favor de quienes no gobiernan.
Desde 2019, con la excepción de Paraguay, El Salvador y México, los países latinoamericanos han practicado el relevo: un país tras otro ha reemplazado al partido en el poder. Chile no fue la anomalía. Desde 2006 cada gobierno entrega el poder a su contrario.
Repito: Kast no ganó por ser de derechas, sino por encarnar la reacción.
De ese vaivén —el movimiento pendular que castiga a quien gobierna— se desprende una lección que la izquierda mexicana haría bien en atender si aspira a sostener en el poder un proyecto de izquierdas de amplio respaldo y probada eficacia.
No lo digo yo. Más del 60% de la gente percibe que el país avanza.
Claudia Sheinbaum —al frente de un proyecto progresista que apuesta por la redistribución, una mayor rectoría del Estado y la regulación del proceso productivo en favor de los trabajadores— deberá cuidarlo especialmente en tiempos de aparente inmunidad. Toda hoguera se apaga si no vigila el combustible con el que arde.
Aunque hoy el Gobierno no esté cercado por una crisis migratoria, la delincuencia empiece a ser enfrentada con criterios funcionales y, tras décadas, una parte sustantiva de la población haya salido de la pobreza, persisten resquicios por los que la oposición puede infiltrarse.
Por eso, es crucial examinar sin complacencias las grietas de la 4T y las urgencias de su base electoral. Nombrarlas es el único camino para no separar al proyecto de su electorado.
Porque los logros de Morena —siendo reales, siendo importantes— no habitarán para siempre en el imaginario colectivo. Ningún votante decide indefinidamente desde la gratitud: la memoria política es breve y los derechos conquistados rápidamente naturalizados. Lo de ayer será mañana el punto de partida.
En las urnas, la gente decidirá menos por lo logrado y más por la inmediatez: el estado de su bolsillo, la expectativa de una mejora cercana, las emociones recientes. Será ahí donde brillen las demandas huérfanas del electorado: la seguridad, el combate a la corrupción y la economía.
La seguridad no es hoy el flanco más vulnerable de Sheinbaum. Ha sido para su Gobierno prioridad. Lo será si falla o si —aun cumpliendo— no alcanza la vida diaria de quien vota. Percepción mata dato. Experiencia vence estadística.
En lo económico, la presidenta ha resistido las embestidas de Trump preservando la estabilidad y atrayendo inversión extranjera con cifras récord. Aun así, las alertas sobre lo frágil del equilibrio y la insistencia en calmar al empresariado revelan una inquietud no confesa.
A diferencia de la certidumbre que exhibe en otros frentes, en economía el toro aún no la obedece. Se sigue disputando con Sheinbaum quién toma a quién por los cuernos.
Finalmente, aparece el factor de medición más incierto: la corrupción. Sheinbaum deberá combatirla adentro y fuera de su partido sin saber cómo responderán los votantes, pero con una ineludible certeza: se castigará al guinda si su color y su nombre sirven de refugio de criminales o ladrones.
Ahí operará, en consonancia con la tendencia regional, una aritmética moral implacable. Más cuando el partido lleva en su apellido la promesa de regeneración nacional.
A menos que la boleta ofrezca una obscena desproporción —un Salinas Pliego, uno de tantos Jorge Romero—, costará votar por Morena si eso implica avalar apellidos como Blanco, López Hernández, Gutiérrez Luna o Monreal.
De cara a 2027, el cálculo elector se simplifica: será menos oneroso probar con un desconocido que repetir con quien ya decepcionó. De ahí que el avance de las derechas no sea una hipótesis lejana.
La fórmula es tan simple que resulta fácil de obviar. El péndulo que hoy favorece al proyecto transformador no descansará en gratitud permanente. Se inclinará en favor de la oposición si Morena deja de escuchar las necesidades —y las emociones— de su base electoral.
Ni en México ni en Chile será asunto ideológico.

