
El escritor Arturo Pérez-Reverte acudió de nuevo al podcast de Jordi Wild y, como ya hiciera en 2022, cuando dejó para el recuerdo una frase demoledora que captura el zeitgeist cultural de este tiempo casi mejor que cualquier ensayo (“Si yo fuera un joven escritor, escribiría guiones para videojuegos”), volvió a repasar su vida y obras, y volvió a detenerse en el mundo de los videojuegos.
Empezó por confesar que siempre le han interesado los juegos —no como un usuario diario, pero sí como alguien que ha “jugado mucho”—, y, a lo largo de la conversación, listó varios títulos que han dejado huella en su experiencia como jugador. Entre ellos, sagas bélicas o de estrategia como Call of Duty —“los he jugado prácticamente todos”—, Silent Hunter, Close Combat, Total War, Age of Empires… También mencionó personajes que le atraen: “A mí me va más Lara Croft [de Tomb Raider] y Jill Valentine, del Resident Evil; son más chicas de mi territorio”, dijo, ensalzando que no son personajes femeninos estereotipados.
No se quedó ahí: Pérez-Reverte defendió que los videojuegos “bien hechos” pueden tener un valor cultural real. Según él, algunos juegos invitan a aprender: uno no solo juega, sino que después lee, se informa, contextualiza. El escritor reconoció, cómo no, los riesgos y límites de los videojuegos si se usan sin medida: pueden alienar, causar adicción, problemas de sueño o frustración. Pero para él, evaluados con cabeza, pueden aportar habilidades valiosas. Por ejemplo, considera que jugar a un shooter “puede ayudar a desarrollar reflejos útiles en jóvenes”, y que “ciertos juegos de estrategia propician planteamientos rigurosos, memoria, táctica”. El de Reverte es un conocimiento intuitivo sobre algo de lo que hay conocimiento empírico: ya hemos hablado aquí de los estudios que certifican las mejores cognitivas que implican algunos juegos: control espacial, toma de decisiones, memoria, capacidad de atención.
Evidentemente, frente a él, un feliz y sorprendido Wild agradecía poder hablar de videojuegos con un agente tan importante en el mundo de la cultura. No es para menos: como todos, Pérez-Reverte jugará sus cartas para acercarse a los nuevos lectores, pero no hay impostura en el genuino afecto que muestra por algunos juegos, ni en su apertura de miras sobre el papel que el sector está llamado a ejercer en el mundo de la cultura: quien no quiera verlo es sencillamente ciego o no ha cogido jamás un mando. Al final, lo que Pérez-Reverte hace (y ya hizo) en el podcast es, sencillamente, proclamar a los cuatro vientos que los videojuegos no son un pasatiempo superficial, sino un medio válido de relato, entretenimiento y aprendizaje. Es decir, un campo tan legítimo como la literatura o el cine, siempre que se utilice con criterio. Nos hacen falta muchos más Pérez-Revertes para que terminemos de normalizar una verdad tan evidente. Pero todo llegará.

